31/12/09

Toda esa gente solitaria

De las tildes que más me costó aprender fue la que iba con sólo. "Se pone si se puede sustituir por solamente", aprendí en uno de mis primeros trabajos. "Si es de que estás solo, ni siquiera te acompaña la tilde". (Nota: Cuanto más infantiles las normas, mejor se quedan. No sé nada de anatomía, pero recuerdo perfectamente que el radio –la radio es buena, la queremos en casa– está dentro y el cúbito –está fuera, el cubo de basura lo sacamos a la calle–.

Quería escribir sobre tres cosas que me inspiran soledad deprimente y aún así he disfrutado mucho ultimamente. Mientras lo hago estoy escuchando canciones del iTunes en las que aparecen las palabras lonely o solo/a en sus títulos. Ahora suena una canción de Aroah.



Vi el otro día The Visitor, una película de 2007 que aquí se estrenó un poco de tapadillo, a pesar de que tenía una nominación a su actor protagonista, Richard Jenkins. Tiene delito que la haya tenido en el ordenador casi un año y que me diera pereza verla antes. Hacía mucho que no me hablaban tan directamente unos personajes, que no me sentía tan indignado, emocionado, identificado, impulsado a hacer algo...

Está sonando Try Being Lonely, de Dolly Parton, pero como no la encuentro en la red, aquí pongo Lonely Comin´ Down.


The Visitor trata sobre un profesor universitario viudo que ve cómo pasan los días sin hacer nada, apático, dejándose llevar, dando una sola clase a la semana en un aburrido campus de Connecticut. Regresa unos días a la casa que compartía con su mujer en Nueva York y se encuentra viviendo allí de okupas a una pareja de inmigrantes ilegales. Este argumento en manos de Fernando León de Aranoa me haría potar –hay hasta tambores de esos que afortunadamente han prohibido en el Retiro–, pero, oye, aquí resultan tan creíble que no te atufa a cine social: es simplemente cine humano.

El drama avanza y se pone terrible, pero al mismo tiempo la escarcha del protagonista se derrite y recuerda lo que es disfrutar de que alguien te importe, compartir preocupaciones, sentirse gratificado, devolver favores por instinto... Hay un diálogo final con la madre de uno de los inmigrantes que si yo fuera médico lo utilizaría para terapias antiestrés, para que la gente confrontara cuánto de trabajo real y cuánto de apariencia hay en lo que le atenaza.

Ahora suena Frederick Knight, en el maravilloso recopilatorio del 50 Aniversario de Stax, con I´ve Been Lonely for So Long.




Unos días antes había comprado la segunda parte de Rosalie Blum 2: ¡Arriba las manos!, de Camille Jorudy. La primera parte –Una sensación conocida– ya me había encantado: tiene un dibujo muy caricaturesco pero a la vez tierno, y los personajes a pesar de ser muy excéntricos resultan terríblemente cercanos. Me gusta particularmente la madre del protagonista, que senil perdida dedica los días a organizar fiestas y reuniones para tomar el té con sus muñecos.

Suena Ed Harcourt con una canción horrenda y súper producida a más no poder, Loneliness. Mejor la pongo un poco más minimalista.



Lo más interesante de este segundo volumen es que convierte la soledad de sus protagonistas –un peluquero de treinta y pocos que vive en un pueblecito francés y se dedica a espiar a una mujer mayorcita y soltera que se emborracha sin compañía todas las noches en una taberna– en muy relativa. Con la entrada de un nuevo personaje –la sobrina de la espiada, una veinteañera que ha abandonado la universidad y no sabe qué hacer con su vida– la soledad se amplifica. Son tres personas que no tienen a nadie, o al menos a nadie con quien de verdad quieran estar, y que se acompañan los unos a los otros sin ser conscientes. No quiero destripar demasiado, hay pequeñas sorpresas en la historia que es mejor descubrir a medida que vas leyendo. El caso es que me sorprendió que la solución la tuvieran tan al alcance de la mano y sin embargo les de miedo a los tres acabar con tanta soledad.

Se me acaba de aparecer Love con Alone Again Or, una de las mejores canciones que he oído.



A Seth casi siempre se identifica con la música de Aimee Mann, Eels o algún viejuno de estos con banjo. Será por eso de que va vestido como si fuera Robert Crumb. (Nota: En mi barrio, Saconia, en Madrid, había un chaval que iba siempre con sombrero como de Humphrey Bogart, gabardina, traje y gafas. Entonces creía que era fan de Franco Battiato; ahora pienso que lo mismo era dibujante y que coleccionaba discos de pizarra). A mí en cambio sus libros me recuerdan mucho a como imagino que debe ser M Ward.




Qué tipo más deprimente el Seth, la verdad, pero qué bueno. Me regaló Erica el último libro que han editado suyo en España, George Sprott. Como el personaje –una especie de Miguel de la Quadra Salcedo con un programa en la tele sobre sus viajes a la tierra de los esquimales– es un tanto miserable, no da tanta cosica como en Ventiladores Clyde o La vida es buena si no te rindes. El libro sigue los últimos días del divulgador y arroja luz sobre algunos rincones oscuros de su biografía. También le acompaña en momentos de privacidad… en los que siempre acaba dormido. ¿Es eso la soledad auténtica, ni siquiera estar despierto para ti mismo, quedarte sopa siempre que te quedas contigo? A saber.